¿A quién íbamos a subir al coche? ¿Al niño que se moría de disentería o a la madre que nos miraba silenciosa, con los ojos hundidos, apretando contra su pecho desnudo al pequeño que había nacido en el camino? Aquella madre había descansado solamente diez horas. Había una mujer de sesenta años que no podía dar un paso más. La sangre de las úlceras de sus piernas hinchadas tenía de rojo sus alpargatas blancas. Muchos viejos abandonaban toda esperanza y, tumbados en la cuneta del camino, esperaban la muerte.
Norman Bethune. «El crimen del camino Málaga-Almería»
La población de Málaga, y de los pueblos cercanos que habían huído a la ciudad, tomaron la carretera dirección Almería el 7 de febrero. Ese domingo soleado, había dado una tregua por las lluvias de los días anteriores. Sólo un día antes, los aviones habían sobrevolado una ciudad en ruinas, una ciudad que sólo se defendía mediante milicias. Nunca recibieron ayuda del gobierno de Valencia. Y una población cada vez más creciente, se encerraba en la catedral o en cualquier lugar que le sirviese de cobijo.
Personalmente creo, que la catedral de la Encarnación, construída como casa de Dios; nunca antes había sido más pura, ni más madre que en aquellos momentos. A pesar de ello, la gente morían de frío con los ojos puestos en un techo curvilíneo, que les separaba de un cielo cada vez menos humano.
¿Te imaginas despertar un día y dejarlo todo? ¿Te imaginas coger tus fotos más queridas, la mano de tu hijo o hija, de tu padre y de tu madre; o incluso marcharte sin ellos?