4 Septiembre 2008
Hace ya algún tiempo que se quedó, algún tiempo que me saluda con el mismo beso de todas las mañanas; al menos para mí.
Desde ese momento, en las horas muertas de los días, me rodeo de recuerdos. Retengo en mi mente los segundos en los que su mirada de cada noche se me clava desde arriba y sobre la almohada.
Cada vez que lo veo salir de la habitación, la soledad me roza con un lazo frío y húmedo. A veces la confundo con su presencia. Su aliento regresa a mi boca esfumando todos los pensamientos antes retenidos.
Ahora comienza el invierno, lo veo entrar con la caída de las hojas sobre la escarcha del amanecer. Acaricio la ventana dejando una huella borrosa, parecida a la mancha que se extiende dentro de mi pecho.
Vi al sol una mañana danzar sobre las nubes, antes de la llegada del estío a la estación, pero me aburrió.
Sus brazos son delicadas alas rotas. Todo lo que me rodea ha cambiado, sus besos, los míos; su voz y mi rostro.
Me quedo boquiabierto, mirando como respira mientras duerme. Y cada vez que pestañeo me atrevo a decirle un secreto: El mundo es débil, y con cada giro se estrella contra mi cabeza. Es una
estupefacta bola de cristal y silencio. El mundo ya no es mundo. Le susurro en el oído, borrando las falsas esperanzas, pidiéndole que me lo de todo o nada.
La cama cruje con maldad, no me quiero mover; no me atrevo. No lo quiero despertar porque su letargo es dulce. Mientras, lo espero sin descanso subido en viejas sábanas usadas. Aún hoy esfuerzo mi mente y recuerdo el futuro y si lo intento un poco más logro ver el pasado.
Me pregunto: ¿cuánto hemos llorado?, ¿hemos podido llenar incluso algún mar?
La gente que diga lo que quiera, ya que yo seguiré a su lado. Solamente piensan en sus temores. Creo, que no es más hombre la persona por acostarse con una mujer. Y ellas más señoras por andar sobre sus tacones.
Todo es una imagen rota y gastada por el azar. Logro darme cuenta del mandato de los divinos humanos que nos obligan a seguir éste camino hacia delante. (Hacia atrás).
Cierro las cortinas, celoso de que lo toque el sol antes que yo. Volvemos a una deliciosa oscuridad. El aire ruge con violencia en la calle, haciendo que me hunda más en la cama.
En la noche, solo tuvimos el alimento mutuo de nuestra saliva, bebiendo de sus pestañas para calmar la sed.
Todo ha cambiado, sus lágrimas, las mías; su rostro y mi voz.
Aún continuo boquiabierto, cuidando que el aire que traga no le siente mal. No me atrevo a despertarlo, ni a contar nada más.
Solamente se escapa un te quiero, y el mundo; lo ha de condenar .