Todo comienzo tiene un final y, cada final, un boli que lo escribe. (A su defecto un lápiz, pero yo no escribo a lápiz, porque se borra con facilidad. Y su sonido encima me da grima. Puede que porque me recuerda a la infancia. A ese paso de cuando uno aprende a escribir, el sonido de todo un ejército de niños intentando hacerlo bien. Y el paso de cuando lo aprendes y es el momento de pasar al boli. Al principio es alucinante, apoteósico, pero al final, terminas echando de menos el lápiz. Puede que de ahí comienzas a echar de menos todo).