Mirarse al espejo es como cuando se trabaja al público. Se ve con claridad los defectos, lo que hay que arreglar que a priori, nadie ve. Si estás guapo o guapa, y si has venido hoy o no.
Pero la gran diferencia es cuando, en vez de rellenar estanterías hay que llenar arrugas.
Por lo demás, todo es igual. Atiendes, sonríes, atiendes y sonríes. Y esté mejor o peor el reflejo del espejo: el cliente siempre tiene la razón.
Y te das cuenta, la indiferencia que supone ser mirado.