Los girasoles, derretidos mirando al asfalto, mientras dejaba una sal hecha mar a sus espaldas. Sol no brillaba, con una pereza anormal que dormía entre nubes.
Allí, a su llegada, una luz llena de aromas le embargó el alma. Al desconocimiento del lugar, le asaltaron las dudas de si había abrazos que lo anudarían. Bajo luz de una pequeña vela, dos copas moscatel y miradas furtivas, tuvo el primer pálpito. Y de la mano, fue a un océano de agua caliente y vaho, que desprendía su piel.
Despertar con el cuerpo sombreado, lo llenó de certezas: era su mejor decisión. La mañana de un Guadalquivir silencioso, lo saludó de par en par. Y bajo el puente de Triana le robó sin mano alzada, un beso.
-Si te besan bajo Sevilla, estás condenado a volver. -Le sonrió.
Sol no brillaba, lo hacía en sus ojos, y él como girasol, lo miraba.