Se me parte el jueves santo. Entre recuerdos de una niñez amada y el dolor en la lejanía de aquí.
Calle Ancha del Carmen, con olores a pescaito malagueño, de una derribada Casa Flores. El empedrado, que ha sobrevivido a guerras y hambres. Y el abrazo del frío por esperar, al Cristo Chiquito.
Los que pasan desnudez, faltos de misericordia, que ayunan en un obligado Viernes Santo pepetuo. Que lloran por que no saben de risa, y acunan otro tipo de frío, la indiferencia.
Recuerdo que escapaba corriendo, en busca de la que era mi señora, señora con buque insignia, Esperanza. Y siendo verde, me vestía de morado, porque la talla del Dulce Nombre de Jesús nazareno del paso, me transmitía paz.
Llueve sobre los campos de refugiados.
La campana suena, el trono más barroco, más de lujos, se luce en Málaga.
Alguien deja de llorar. Otro llora.
No quiero lujos para representar, ni poner a los pies. El alma es lo único, que yo me pregunto. Debemos ponernos poner a los pies los unos a los otros.
Jueves.