La música cesó. Alzó la mirada antes de ponerse en pie. Muy despacio se levantó dejando ver su torso lleno de transparencias y sus piernas desnudas.
En un principio no pensó llegar a tal punto. Pero la idea le golpeaba fuerte en la cabeza y a medida que la música aceleraba, su odio la acompañó en cada golpe de cadera.
El rey gritó de alegría y ella satisfecha, hizo una reverencia aprovechando para mirar de reojo la satisfacción de su madre.
-Puedes pedir lo que quieras. Soy un hombre de palabra y cumpliré lo que quieras.
-¿Todo lo que yo quieras?-. Se acercó al rey.
-¡Todo!. Joyas, oro, ¡un palacio!
Se detuvo delante del trono recuperando el aliento y dejando flotar su aroma como un aura que embriagaba a su alrededor.Se arrodilló dejando caer su cuerpo a los pies del monarca. Sus pechos tocaron las piernas del soberano y sintió como le provocaba un escalofrío.
-Dime hija-. Le agarró el rostro. -¿Qué es lo que más deseas?
-Quiero la cabeza del bautista.
Todos callaron. Salomé sonrió.