Se levantó aquella mañana como si nada hubiese ocurrido. Miró a su alrededor y comprobó de una sola mirada que todo continuaba en su lugar. Se tocó el pecho y con un dedo recorrió la cicatriz que le dibujaba, como si fuese un antojo del destino, la letra “A” en su lado izquierdo.
Sería aquello la inicial del nombre que tenía destinado para completar mi corazón, pensó y no se atrevió a decir.
Esa mañana era nublada, más de lo que normalmente eran las mañanas en ese caluroso mes.
Recordó que estaba en mayo, que por capricho del destino aún conservaba la cabeza en su lugar al recordar el día en el que despertaba. Quiso volver a dormir y dio la vuelta envolviéndose en la sábana, pero la violación de la luz en su cuarto se lo impedía.
Se levantó esa mañana pensando en que debía de pensar en algo diferente, pero ese mero esfuerzo lo dejó plantado en la cama.
No supo cuánto tiempo estuvo allí sentado pero al volver a mirar hacia la ventana una magnífica luna lo saludaba. Casi ni se sorprendió al ver la perfecta redondez de su contorno plateado luciéndose en el cielo. Y una vez más, como en otras, intentó llorar pero no pudo.
El pasado se le antojaba como un viejo sueño nubloso, donde se perdía el aroma de él, sus manos o el beso en la mejilla.
Con un dedo se acarició la cicatriz que le dibujaba una letra en el pecho izquierdo, recordó que estaba en ese día casi perfecto del mes de mayo y sonrió.
Otro año más.
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