#Recomiendo #leer «Hoy no hay culpables» de Ana Gómez Perea

Es muy fuerte el orgullo que se siente cuando uno mismo, cuando se aventura en sacar su primer libro. Pero es muy curioso y, sobre todo, muy satisfactorio, cuando lo hacen otras personas a las que tú quieres tanto y sin darte cuenta, han estado contigo siempre.

Es el caso de Ana Gómez, una mancha letras de profesión oculta, tan oculta que ni ella misma sabía (o quería darse cuenta), que era una escritora en potencia. Con «Hoy no hay culpables», saca al ruedo de las librerías un libro de relatos, tan sumamente precioso, como una alegoría al buen escribir. En este conjunto de páginas, recoge desde uno de sus primeros relatos (que recuerdo leer cuando era compañera de pupitre literario), hasta los más nuevos. Y sorprende que todos, no uno ni dos, sino todos; son una magnífica lanzadera para hacer con ellos películas enteras. Su pasión se regreja en cada letra y en la forma que tiene que contarte.

Yo en particular me quedo, con esa mujer que tiene un cierto problema en el cementerio mientras visita a su madre. O los recuerdos del verano, que mecen la memoria, que incluso, huelen crema de sol y salitre. Y los cortos, que se hacen inmensos.

Ana se ha formado y sigue formándose, (bueno ella ya está formada, pero me refiero literariamente); en los talleres de escritura creativa de Mitad Doble. Los dos, hemos tenido la gran suerte de formar parte de los alumnos de nuestro admirado Augusto López, el cual ha formado a ya, muchas generaciones de escritores y escritoras de Málaga. Con Ediciones del Genal y Mitad doble, ilustración y maquetación de Carmen Larios, sale a la luz un mundo lleno de Ana.

Sueño

Soñé que tenía un sueño. Que no existía vida sin males, que las tristezas huían por las puertas, lejos de mí. Que no existían vidas, sino sueños. El viento era cálido como aquellas tardes frías de verano. Se hacían pequeños remolinos de aire que levantaban papeles raspando las paredes en la hora de la siesta. Yo era joven, sin miedo a vivir. Abría los ojos con fuerza y los pulmones se refrescaban en cada aspiración.

Soñé que había un mundo lleno de besos por descubrir. No existían los rechazos de abrazos que se abrían como gentiles doncellas. Encendía bengalas que soltaban chispas en mis manos, iluminando mis negros ojos. Me tapaba con las mantas y una linterna para leer historias e imaginar. Jugando con historias de otros mundos donde reinaba la paz.

Soñé que amaba por primera vez y se hacía un nudo en mi estómago. Que el cielo brillaba con furia y brillaba una luna sin parangón.

Pero despertaba de ese sueño.

Soñé que no existían sueños. Soñé que sólo había vidas.

Aparece

Aparece la luna
con mandil de lunares
perfume de rosas y sonrisas de azahares
.

Perdida en el monte queda,
la vecina que lava manteles,
carcomidos por bautizos
con agua de claveles.
Montados a caballo civiles
en busca de un gitano.
Con las frentes de charol sin pena
y las manos de frío marmol.
Paran a la mujer que llora
por el luto de la honra.
La saludan con las riendas
con las manos hacia la sierra.

.
Desaparece la luna
con zapatitos de soleares
Maquillada de lavanda y savia
para aliviar las edades.
Habla vieja perdida, dime dónde te quedaste.
Contesta con risa callada,
acostada en las soledades.

Anocheció

Anocheció sin darme cuenta, sólo cuando salió la luna me dolieron los pechos. Y sin nadie a quién amamantar, tuve más sed.

Cerca de allí, de aquel lugar, cualquier lugar; me senté. Desnudé mi torso al viento que me acompañaba con algo de violencia. Derramé sobre las flores y plantas la leche sobrante de mi ser y alivió mi cuerpo. Esa noche, amaneció sin darme cuenta.

Mayo (1)

Se levantó aquella mañana como si nada hubiese ocurrido. Miró a su alrededor y comprobó de una sola mirada que todo continuaba en su lugar. Se tocó el pecho y con un dedo recorrió la cicatriz que le dibujaba, como si fuese un antojo del destino, la letra “A” en su lado izquierdo.

Sería aquello la inicial del nombre que tenía destinado para completar mi corazón, pensó y no se atrevió a decir.

Esa mañana era nublada, más de lo que normalmente eran las mañanas en ese caluroso mes.

Recordó que estaba en mayo, que por capricho del destino aún conservaba la cabeza en su lugar al recordar el día en el que despertaba. Quiso volver a dormir y dio la vuelta envolviéndose en la sábana, pero la violación de la luz en su cuarto se lo impedía.

Se levantó esa mañana pensando en que debía de pensar en algo diferente, pero ese mero esfuerzo lo dejó plantado en la cama.

No supo cuánto tiempo estuvo allí sentado pero al volver a mirar hacia la ventana una magnífica luna lo saludaba. Casi ni se sorprendió al ver la perfecta redondez de su contorno plateado luciéndose en el cielo. Y una vez más, como en otras, intentó llorar pero no pudo.

El pasado se le antojaba como un viejo sueño nubloso, donde se perdía el aroma de él, sus manos o el beso en la mejilla.

Con un dedo se acarició la cicatriz que le dibujaba una letra en el pecho izquierdo, recordó que estaba en ese día casi perfecto del mes de mayo y sonrió.

Otro año más.

Cualquier bar

Me dolían los labios de no besarte. Sentado, abrazado a una copa me anestesiaba para dejar de sentir. Pero empezó, como daño colateral, a dolerme los ojos de no llorarte.  Imaginaba que no despertabas recostada en las luces del alba. Fumaba, sin saber respirar, intentando hacer pequeños círculos de humo grises que se transfiguraban con mis labios al salir.

Las caricias del vaso, con ruido de dos hielos, me dejaba un áspero sabor de boca, recordándome besos furtivos, todos aquellos besos.

Me sentía llegar tarde a algún sitio que había olvidado. Me dolían los pasos de no caminar, allí sentado con ganas de huir. Se me cuarteaban lo labios, de pensar en no besarte.

Anoche creo que soñé

Riendo me tumbé, guardando debajo de la cama, en una caja vieja de zapatos; el sol. Tiré por la ventana las manillas del reloj dejándolo en sillas de ruedas. Mi taquicardia extrema, me tranquilizó. Sentí levantar con poca ansia la sabana junto a mí, para notar entre suspiros ese juego que no se jugaba a nada. La ciudad dormía apagada en luces cansadas de trabajar.

Su sudor amargo se me calaba en la piel, entorpeciendo mi respiración. El frío me estremeció en uno de mis constantes movimientos en intentar mirarlo.

Me senté en la cama dándole una patada a la vieja caja de zapatos. Intentando saber, si anoche, soñé.

Llora el alma sin consuelo tras abrir en canal el pecho

He arrinconado un recuerdo. Una emoción que se ha perdido. Cogida de mi mano la llevo bajo mi alivio. Te la entrego a ti.

—Aquí tienes tu sentir.

Cierro tu pecho rajado y tu alma deja de llorar.

—No pierdas más el corazón.

Tu vecino se queja: Se le empañan los cristales, una mancha en el techo de humedad. Otra vez vuelves a llorar.

#Recomiendo #leer : “Hôzuki, la librería de Mitsuko” de Aki Shimazaki

Aki Shimazaki, ha sido la persona que con una gran delicadeza, y con unas letras que se me han antojado más como cuchillas que como letras en sí; me han arrancado la venda de mirar más allá de lo que siempre miraba.

Yo, que trabajo de forma esporádica como librero y que soy monitor de talleres en una librería, hizo que profundizar en el libro fuese una delicia. De hecho, jamás voy a olvidar cómo llegó a mí, ese mismo día trabajaba en la Librería Proteo de Málaga, me tocaba hacer una devolución de libros, y aburrido en la monotonía de reírme mientras pasaba ejemplar por ejemplar por el ordenador, me paré a hojearlo. Al principio fue su cubierta la que me llamó la atención (ejemplo de que siempre un buen diseño es primordial), después miré de qué trataba e hice un pequeño paseo por sus páginas. Intenté de muchas maneras buscarle el estilo, pero esa profundidad, la fuerza y su compleja forma de ir al grano, hacen que me perdiese entre las líneas.

Un hijo sordomudo, una librería; un día entra una mujer con su hija: todo cambia. Ese pequeño gesto, ese pequeño día a día que tenemos, puede hacer que para nosotros, o para cualquiera, le cambie su vida. Igual que la entrada de este libro a mi vida, en un día cualquiera.

Me fascina lo nuevo, lo nunca visto, y aquí encuentro un mundo nuevo en el que leer se convierte en una aventura llena de aparente fragilidad.

Sueño

Cansada ya estoy de nuevo, de untarme la melancolía como la fiebre para vencer a febrero y sus noches. Todas las noches.

Sin tener la certeza de saber lo que me ocurre. Pensando que con un suspiro viajaré con la brisa sobre la palma de mi mano. Eso sueño al no dormir.

Me asomo por la ventana hacia la lejanía que me tiñe la piel.