Tu piedra en el camino

¿Qué haré aquel día cuando no pueda ir contigo?
Cuando llores con el pecho en un puño y brinques como un sapo.
Cuando grites con sordera y gimas en un placer fingido.
Cuando pronuncies otros nombres, tal vez el mío entre ellos,
y no tengas ningún suspiro.
Cuando cantes esa canción que esté de moda.
Cuando enfríe la sopa o bebas vino.
Cuando rías, hables, te duermas y al día siguiente te levantes.
Cuando ames y no sea mi cuerpo del que comas,
mi boca tu fuente, mi sexo el deseo.
¿Qué haré aquel día cuando yo no pueda seguir viviendo?

 

#Recomiendo #leer : “Oficialmente prescindible” de Daniel Henares

Hace ya bastante tiempo, que en los talleres de Mitad Doble, hemos apostado por darle la oportunidad a los alumnos de conocer, y vivir, el mundo editorial. De mano de mi compañero y amigo Augusto López, la colección Micronovelasde los talleres, ha conseguido mostrarnos a unos nuevos talentos, que vaya, vaya, si vienen con fuerza.  Micronovelas cuenta con un precioso formato y diseño, con ilustraciones de Sandra Carmona y con un precio totalmente asequible a todos: 3 €

Me quedo con Daniel Henares (clic en su nombre para visitar su blog) y su pequeño libro-relato “Oficialmente prescindible”. Entre tantas razones, por tocar de forma tan sencilla y natural el mundo de la ciencia ficción como si fuese pan comido. Por otra razón, es por su pluma (que no tiene en el mal sentido de mi cerebro), sino por sus letras. Y es que Dani, es un genio que hace de una historia aparatosa y complicada, algo sencillo.

“Oficialmente muerto” nos relata la oportunidad que tiene el ciudadano de poder contratar, por supuesto al Estado, un servicio de asesinatos. ¿Por qué? Por miles de otros motivos que nos desvela su autor. ¿Para qué lo hace?, otro de esos motivos que descubrimos. Uno de esos día, toca a la puerta de la protagonista, un oficial de este servicio y comienza el debacle: ¿Qué hago? ¿Vienen a por mí?

#Recomiendo #leer “Crónicas del mal amor” de Presina Pereiro

El amor, un bálsamo para el alma cuando es correspondido, pero una tortura cuando no es así. El llanto se vuelve el diálogo del dolor, la tristeza el semblante y lo que una vez, en tantas novelas, era el fin adecuado y que justifica todos los medios para conseguirlo; para el personaje es el camino del sufrimiento en cada una de las páginas .

El imperio Otomano que se enfrenta en la cruel (y desconocida para muchos) batalla de Lepanto. En la que el gran emperador español, se enfrentó de forma directa por el control absoluto de Europa y el Mediterráneo. Y ese gran acontecimiento, que marcó un antes y un después, hizo que cambiase el rumbo de los acontecimientos para una simple embarcación y una mujer.

Presina Pereiro, no nos intenta dar lecciones de historia, sino de vida. En la que después, de esa gran batalla naval, crea un personaje duro, con una personalidad sometida ante una cristiandad que se impone por la fuerza. Su maestría en las letras es algo que me llamó la atención desde el primer párrafo. Siempre, los escritores que se documentan en exceso, nos intentan volcar hasta la saciedad, de aquello que saben; pero en este caso no. Las pinceladas históricas, son únicamente para ambientarnos. La Sevilla capital que comercia con los vencidos, el dolor reprimido de los personajes, que son trasladados a una Málaga que se aprovecha de las desgracias ajenas; y en el centro de todo, ella: la mujer.

Yo, que adoro el papel de la mujer en la literatura, me enamoré del poder hipnótico del la forma de narración de la novela. Escrita de una forma muy personalista, me mostró qué pudo sentir la mujer de aquella época, en la que, arrancada de su mundo, es vendida, violada y sometida por otra cultura y por el hombre. Su mundo, desmoronado y sumergido en aquellos barcos perdidos en el mar, se sumerge además su futuro, su amor y su vestido de amor.

Vista de un personaje

Tiene los ojos manchados de soledad. Por las mañana el escozor en ellos es una canción desesperada, y como un nerudiense, se cree poeta. 

Despierta cada día en una habitación de paredes mohosas, una ventana con cristal rajado y una puerta confiscada. A primera hora recuerda sus sueños, e intenta hacer todo lo posible por olvidarlos. 

Su aliento es vidrioso, cortante, como si al hablar sintiese un pequeño bisturí en la garganta. 

Abre una carta que recibió el día anterior. En sus manos, el tacto del papel se le hace insoportable, una sensación de puercoespín. Recuerda que por eso nunca llegó a escribir, aunque se le daba bien (o eso creía). 

La mañana se le presenta como otras, sin más que un palpitar seco en el pecho, un resquemor en la cabeza y un dolor de pulmones. 

Estornuda, un sabor de anís estrellado se le cuela en la nariz. Un fuerte olor a humo inunda la calle: han abierto de nuevo los bares para ventilarlos, piensa. Y una vez, con un desayuno de sobras de pan y agua-chirri con café, se siente preparado para el primer cigarro de un tabaco negro irrespirable. 

Pasea por la calle, porque no hay nada más que hacer por ella. La guerra se ha ceñido con todo, y más que nada, con todos. Los cristales se amontonan en cada esquina, arremolinándose con hojas secas y octavillas que vuelan en remolinos con el aire de levante. 

Es temprano, la humedad se resiente en el adoquinado. No hay nubes, ni sol ni bombarderos. 

La ciudad se le antoja un salmo bíblico sin sentido, un mantra que por mucho que la pasea, no termina de acostumbrarse a ella. 

Llega a la desembocadura del río y una nata acorchada, se mece sin siquiera tocar el agua. 

A su derecha comienza la playa del Bulto. Una mujer vestida de negro, joven, con el pelo arañando su espalda; camina con los pies engullidos en la arena. Es bella, al menos, tiene esa belleza que da el hambre y la pena. Una belleza escuálida, de color perla que hace la piel brillar. 

La mira y apura otro cigarro, no le importa gastarlos, ya no importan demasiadas cosas. 

Ella sale de la arena, descalza, con unos zapatos tan desgastados como sus ojeras, se sacude los pies con golpes. Siente en sus manos la textura de la planta de sus pies, la sequedad de los talones, agrietados hasta provocar senderos inconclusos. 

El cigarro se le termina, un aire de poniente se levanta perezoso y disemina las cenizas. Al fondo se comienzan a oír unos motores, que rompen con furia el cielo. El estruendo es monótono, solo les hace mirar al cielo y suspirar. La costumbre les hace ver las tripas abiertas de los aviones sin sorpresas. La caída de las bombas es simple, elegante dibujando una línea que impacta con tranquilidad. 

El estallido es seco. Él se limpia los ojos, aún le escuecen. 

Los suspiros de Augusto, Carlos y Sandra

Suspirar es un acto que relaja cuerpo y mente. Que si mientras bostezar, es un acto de oxigenación del cerebro, suspirar oxigena el alma. El suspiro puede ser debido a la tristeza, a echar algo de menos, por melancolía… 


Pero también podemos suspirar por otros menesteres, como por ejemplo, por placer, por erotismo, por sexo. Pero no sexo del que ahora estamos acostumbrados, y por la palabra sexo en sí, que nos confunde. Una caricia, una mirada, un susurro puede ser sexo. No el contacto genital y mínimamente espontáneo es sexo, a veces eso es tan efímero que se queda en «se». 

Augusto López, Carlos Bolívar y Sandra Lara, nos traen con Mitad Doble ediciones: Pequeña enciclopedia de suspiros. Un libro de relatos, poesía, prosa poética; acompañado de fotografías, miradas, erotismo. 


Cada uno de los artistas, en su modalidad, es un profesional y un experto en aquello que hacen. Me refiero a texto e imagen, más allá de ello, en el erotismo carnal, no cabe duda que son doctorados. 

Nos llenan de suspiros por saber e imaginae más. Por llenarnos de placeres, de otorgarnos la posibilidad de tener entre nosotros un libro atemporal; como aquel que nuestros abuelos de los abuelos, ocultaban por su picardía. Pero esta vez, llenos de un amor incomparable, a la belleza. 


En cualquier librería que se solicite podemos hacernos con un ejemplar. Y sinceramente, yo no lo dejaría pasar (suspiro). 

(Re)conocer


Yo te conozco.

El olor de tus lágrimas enjuagadas en mi rostro blanquecino.

Reconozco tu sombra postrada en el cabecero de mi cama. Envuelta en sábanas tu figura ausente abrazando mi alma.

Adivino el sabor de tus labios derretidos de cera en mis manos. Echo en falta tus muslos que aprisionan mi garganta por el acto de respirar.

Como el fuego espera en abrazos fríos a sus cenizas, espero yo el aliento de tu garganta que en mi oído llora de melancolía.

Comparo la mirada de la luna con los sueños de hacer el amor contigo. La calada de un cigarro con tu lengua resbaladiza.

No olvido tu rostro de medianoche.

Yo.

 

Esas horas, las que no tenemos


4 Septiembre 2008
Hace ya algún tiempo que se quedó, algún tiempo que me saluda con el mismo beso de todas las mañanas; al menos para mí.
Desde ese momento, en las horas muertas de los días, me rodeo de recuerdos. Retengo en mi mente los segundos en los que su mirada de cada noche se me clava desde arriba y sobre la almohada.
Cada vez que lo veo salir de la habitación, la soledad me roza con un lazo frío y húmedo. A veces la confundo con su presencia. Su aliento regresa a mi boca esfumando todos los pensamientos antes retenidos.
Ahora comienza el invierno, lo veo entrar con la caída de las hojas sobre la escarcha del amanecer. Acaricio la ventana dejando una huella borrosa, parecida a la mancha que se extiende dentro de mi pecho.
Vi al sol una mañana danzar sobre las nubes, antes de la llegada del estío a la estación, pero me aburrió.
Sus brazos son delicadas alas rotas. Todo lo que me rodea ha cambiado, sus besos, los míos; su voz y mi rostro.
Me quedo boquiabierto, mirando como respira mientras duerme. Y cada vez que pestañeo me atrevo a decirle un secreto: El mundo es débil, y con cada giro se estrella contra mi cabeza. Es una
estupefacta bola de cristal y silencio. El mundo ya no es mundo. Le susurro en el oído, borrando las falsas esperanzas, pidiéndole que me lo de todo o nada.
La cama cruje con maldad, no me quiero mover; no me atrevo. No lo quiero despertar porque su letargo es dulce. Mientras, lo espero sin descanso subido en viejas sábanas usadas. Aún hoy esfuerzo mi mente y recuerdo el futuro y si lo intento un poco más logro ver el pasado.

Me pregunto: ¿cuánto hemos llorado?, ¿hemos podido llenar incluso algún mar?
La gente que diga lo que quiera, ya que yo seguiré a su lado. Solamente piensan en sus temores. Creo, que no es más hombre la persona por acostarse con una mujer. Y ellas más señoras por andar sobre sus tacones.
Todo es una imagen rota y gastada por el azar. Logro darme cuenta del mandato de los divinos humanos que nos obligan a seguir éste camino hacia delante. (Hacia atrás).
Cierro las cortinas, celoso de que lo toque el sol antes que yo. Volvemos a una deliciosa oscuridad. El aire ruge con violencia en la calle, haciendo que me hunda más en la cama.
En la noche, solo tuvimos el alimento mutuo de nuestra saliva, bebiendo de sus pestañas para calmar la sed.
Todo ha cambiado, sus lágrimas, las mías; su rostro y mi voz.
Aún continuo boquiabierto, cuidando que el aire que traga no le siente mal. No me atrevo a despertarlo, ni a contar nada más.
Solamente se escapa un te quiero, y el mundo; lo ha de condenar .

Anoche creo que soñé


Aparece la luna
con mandil de lunares
perfume de rosas y sonrisas de azahares.

Perdida en el monte queda,
la vecina que lava manteles,
carcomidos por bautizos
con agua de claveles.
Montados a caballo civiles
en busca de un gitano.
Con las frentes de charol sin pena
y las manos de frío mármol.
Paran a la mujer que llora
por el luto de la honra.
La saludan con las riendas
con las manos hacia la sierra.

.
Desaparece la luna
con zapatitos de soleares,
maquillada de lavanda y savia
para aliviar las edades.
Habla vieja perdida, dime dónde te quedaste.
Contesta con risa callada,
acostada en las soledades.